sábado, noviembre 18, 2006

La dalia negra

"Árboles para todos, dijo tu amigo mientras el coche se alejaba y el peatón se santiguaba", comentó mi taquillera favorita, mirándome con su habitual y agradable sonrisa. "Tuvisteis suerte, mucha suerte", añadí cumplimentando la protocolaria frase de seguimiento de conversación como envite a que ella prosiguiera su narración entrando en detalle y, de paso, esperando que no volviera a sacarme el llagado tema de 'hace ya mucho tiempo que no os véis'. "Me sorprendió tu amigo... no le hacía ecologista. Eso de 'árboles para todos' me induce a pensar que si todos tuviéramos un arbolito al que cuidar con mimo seguro que no llevaríamos tanto estrés en el cuerpo, sobre todo al volante que es de los puntos más peligrosos", dijo de corrido, haciendo converger realidad, lo que vió y oyó, y suposición, lo que le pareció que quería decir la escueta frase espetada por el pasado amigo mío. "Árboles para todos y cada uno, solía decir", amplié complementariamente. "Eso, eso fue lo que dijo realmente; lo que pasó es que lo de "y cada uno" lo dijo más bajo y el ruido del coche en la rotonda próxima me lo tapó ligeramente, vamos que en su momento no entendí lo que dijo. Ves, con esto se confirma que el comentario de tu amigo iba dirigido a los que conducen sin tener en consideración a los peatones. Si tuvieran un árbol del que cuidarse, seguro que no irían tan tensionados porque un árbol es algo que crece a base de tiempo, calma y constancia; y quien lo cuida acaba impregnándose de sensibilidad y paciencia. No me esperaba este sagaz razonamiento de tu amigo, lo hacía más visceral pero ahora veo que es más sensible. Por cierto, hace ya mucho tiempo que no os véis", dejó ir irrevocablemente. Por mi parte, callado silencio a su envite sobre el mucho tiempo transcurrido y discreta callada sobre la proyectada interpretación de lo que en realidad había tras el fragmento de frase que mi taquillera favorita había oído en su auténtico y natural contexto urbanita a mi amigo: 'Árboles para todos y cada uno, así os estrelléis' era su expresión completa; sí, era partidario de que hubiera disponible un árbol, nada de arbolito, para que cada uno de esos acelerados personajes tuviera asegurado un lugar contra el que estrellarse y así dejar tranquilos a los demás. Según parece, no ha cambiado en esencia aunque sí ha cambiado en percepción exterior; ahora mi taquillera favorita lo ve como ecologista concienciado... cosas de la llamada proyección de personalidad: nos gusta vernos en los demás aún a riesgo de ver lo que nos gustaría ver en vez de lo que hay.
 

En estas, una clienta le comenta a mi taquillera favorita que viene a ver la película por segunda vez. La había visto de estreno y aprovechando que se reponía en mi cine preferido venía a repetir "porque tiene mucho diálogo, y hay que estar atenta. A mi me gustan las películas con diálogos y hoy en día no hay muchas películas como ésta". Mi taquillera favorita le despachó la entrada (la mujer venía sola) acompañada del comentario: "La veré en esta sesión, antes no puedo. Y me han dicho que está bien". Deduje que su fuente de opinión ('me han dicho que...) había sido su amiga, que se encontra con ella en la taquilla pero recogiendo para irse a casa. Mientras la mujer se dirigía hacia el portero, mi taquillera favorita razonó: "Si esta mujer viene a verla de segundas, puede que hasta me guste". Callé doblemente, por no continuar la arbórea conversación urbanita inicial y porque habiendo leído previamente la novela de James Ellory preveía que la película iba a ser una historia negra que, cual tormentosa nube, se iba a cernir sobre la buena disposición de mi taquillera favorita para hacerla pasar un mal rato. La mano de Brian De Palma auguraba que no iba a quedar títere con cabeza en lo que ya se preveía una merienda de negros.

No va más señores, hora de inicio de sesión. Dejo a mi taquillera favorita despidiéndose de su amiga y me subo hacia el anfiteatro dispuesto a experimentar sensorialmente la conversión de una novela de negra ficción histórica en una película. ¿Cómo resolverá el director el descubrimiento del cadáver en el solar?. Emoción, intriga; dolor de barriga.

Por de pronto, el Jefe se ha puesto a tono y ambienta al público presente con un pase negro, entre la publicidad y la película, anunciador a las claras de que la película va a ser en cinemascope (el tiempo de sustituir ventanilla y lente de panorámico por las de cinemascope y 'calzar' la milagrosa lente anamórfica que abre la imagen a toda la extensión de la pantalla).

Las escenas de altercados de comienzo ya hacen abrir los ojos y marcan el estilo narrativo de la película: las letras de créditos no parecen estar presentes en pantalla porque la imagen de lo que acontece acapara la atención. Brian De Palma ya avisa de que va a hacer magia... ofreciendo quites de diversión a los sentidos para que la atención del espectador deba optar por lo que centrarse y que, por tanto, no perciba todo lo que hay en pantalla.

Mi taquillera favorita está ya a mi lado. El encuentro del cadáver en el solar está resuelto con un majestuoso plano grúa, tan narrativo como visual, tan premonitorio como onírico, y la morbosa descripción del cadáver que en la novela fija los comportamientos de los personajes aquí se ha convertido en una morbosa concentración de personas que ocultan la visión del cuerpo a la cámara pero que, por los rostros y comentarios, le transmiten al espectador lo espeluznante del hallazgo. Arduo trabajo de adaptación de la novela; opto por intentar olvidarme de lo que acontece en la novela y me concentro en dejar que la versión cinematográfica haga su trabajo y genere su propio poso.

"¿Sabes que no está permitido encender la luz del móvil en la sala?", me susurra mi taquillera favorita; más por evadir un momento la tensión de lo que ve por pantalla que por la salvaguarda de la normativa interna del local ante mi toma de notas 'in situ', durante la proyección, a la tenue luz de la iluminación del móvil. "¡Qué trabajo más malo!", deja escapar mi taquillera favorita en referencia a la investigación del asesinato y de lo que va sacando a la luz.

Veinte minutos antes del final, mi taquillera favorita se anima a anunciarme el asesino. La escucho con la serenidad de quien sabe el desenlace y, en vez de adelantarle que se está equivocando de todas todas, le respondo con la calmada complicidad de quien no quiere desvelar la gracia de un concienzudo drenaje de las cloacas del comportamiento social más establecido.

Descubierto el pastel, chafada la guitarra premonitoria de mi taquillera favorita, la escena final se permite una licencia De Palma que completa la terna de toma con cámara giratoria del interrogatorio y de la cámara lenta en la escena desenlace de las escaleras (que se esté haciendo una adaptación cinematográfica no quita que el autor pierda su identidad, más cuando se ha aplicado comedido pero elegante, contenido pero con firme pulso narrativo) y mi taquillera favorita no espera a que aparezca la palabra FIN para levantarse y empezar a recoger sus pertenencias no sin dejar ir un sentido "¡Madre mía, que hartón de sufrir!". No puedo esperar a que se enciendan las luces para preguntarle si le ha gustado. "Está muy bien pero se sufre mucho", resume mientras las recién encendidas luces de la sala evidencian la seriedad de su expresión. "La que vimos en Sitges", en referencia a 'La novia dividida' (2006, Joan Marimón), "está mucho mejor; la ví, la degusté, sin tanto sufrir". Iba a comentarle que no mezclase géneros, medios y autores pero con un "ésta me ha hecho pasar un mal rato" dio por terminada la conversación y se bajó hacia la taquilla como alma que lleva el diablo.

Me encuentro en el vestíbulo, esperando que terminen de recoger en la sala. Aparece el portero a dejar la linterna. Me siento periodista y le pregunto por su parecer: "Es densa. Yo la he visto dos veces y aún hay cabos que no acabo de atar pero es que no la he podido ver de seguido". Normal, pienso; anoto.

Aparece el Jefe que viene de cerrar la cabina y su respuesta al periodista en ciernes es: "Me he perdido porque la he visto a trozos". Anoto, no opino; normal, pienso.

Obsesión, amor, corrupción, avaricia y depravación en torno a un brutal asesinato. Pienso en mi taquillera favorita: come bocadillo vegetal y piensa que quien habla de árboles para todos es un ecologista. Normal, deduzco, que no haya sido plato de su gusto. Y sin embargo, concluyo, es lo que hay.

sábado, noviembre 04, 2006

El laberinto del fauno

Llegué a Sitges justo cuando estaba a punto de terminar la sesión de inauguración del Festival. Recogida la acreditación, me estaba tomando un cortado en la cafetería del Gran Sitges mientras repasaba la programación y, curioso y emocionado, empezaba a preparar el calendario de asistencia del día siguiente cuando por encima del murmullo de conversaciones que me circundaba oí que me llamaban. "Ya empiezo a estar cansado después de tanta carretera desde Madrid", pensé como pensamiento reflejo asociado al acto de girar la cabeza hacia el punto que el sistema auditivo indicaba como origen de la llamada. Allí, en una de las mesas, estaban sentadas dos mujeres de buena presencia; una de ellas, sonriendo y con una tacita en la mano, miraba hacia dónde me encontraba. Conjurada la posibilidad de que tuviera un principio de percepción auditiva imaginativa y pasada la sorpresa de que alguien me reconociera en el entorno del hotel, identifiqué a quien me miraba: era la directora del centro asistencial en el que está residente mi tía. Tuvimos el tiempo justo de saludarnos e intercambiar cuatro frases porque el segundo pase de la película de Guillermo del Toro, esta vez sólo para clientes de la caja de ahorros que capitaliza la venta de tele-entradas del festival, estaba a punto de dar comienzo y no querían ser de las últimas en entrar para así optar a un asiento centrado en una sesión que prometía afluencia de público. Este año, iba a ser distinto: no había podido asistir a la gala de inauguración por motivos profesionales (un viaje a Madrid que, albricias, me había permitido saborear 'Un corazón de oro', un claro ejemplo de lo que la administración denomina conciliación laboral-personal) y tampoco iba a poder asistir a la gala de clausura porque a esa hora estaría, ¡oh, albricias!, con mi taquillera favorita y un nutrido grupo de amigos para hacer los honores en la presentación de una película de nuestro amigo guionista (momento histórico doble, por la presentación de la película en el marco del Festival de Sitges y porque mi taquillera favorita iba a dejar la taquilla un día de cine).
 

He seguido a Guillermo del Toro por 'Mimic' (1997), 'El espinazo del diablo' (2001), 'Blade II' (2002) y Hellboy (2004). De ellas, 'El espinazo del diablo' me dejó buen sabor, quizá por ser una producción de 'El deseo', quizá por destilar ambientación aborigen y situar la acción en territorio autóctono o porque fuera una película que Guillermo hizo propia por algún desconocido motivo que se escapa a mi conocimiento.

Cinco años después de aquella bomba que cayera en el patio del orfanato, Guillermo del Toro, esta vez como guionista único, revuelve la Guerra Civil con una fantasía cruelmente real, participada en la producción junto con, entre otros, Alfonso Cuarón y presentada bajo el auspicio del Festival de Sitges 2006 (edición ésta que también ha servido de antesala a la predictora 'Hijos de los hombres', en lo que se podría denominar "el año, o la edición, Cuarón").

Al mes, casi, de estos acontecimientos y cuando ya daba por perdida la película, el Jefe se descolgó con 'El laberinto del fauno'; así son las cosas, en mi cine preferido.

Sábado. Sesión de noche. Aparezco enfundado en el canguro que un leve rebrote de frío me ha hecho sacar del armario. Llego expectante y me encuentro con una cruda realidad que raya lo fantástico: mi taquillera favorita de cara larga y el portero de manga corta.

Por partes.

Primero de todo, saludo a mi taquillera favorita. "El tráiler era cinemascope y la película es panorámica", responde mientras ordena papeles tras la ventanilla. Cara larga, mal rollo; ordenando papeles, muy mal rollo. Se impone el cambio de tercio porque el toro del panorámico es muy difícil de lidiar en su plaza. "Esta película inauguró el Festival de cine de Sitges, cosa de días atrás", dejo ir a modo de capote (omito que me encontré con la directora de la residencia en la cafetería del hotel, queda fuera de contexto). "Hay una apatía general, tienen esas teles planas, las pelis piratas... y ya no vienen", plasma sentenciadoramente tres causas origen de la falta de afluencia de público. La cruda realidad no da para más, al menos por ahora.

A continuación; me dirijo hacia el portero, antesala de lo fantástico: "¿Frío?. ¡Qué va!", responde a mi 'Hola, hola. ¿No tienes frío?'. "Todo es cuestión de mentalización", se explaya, "piensa que no tienes frío, y no tendrás frío; piensa que no tienes hambre, y no tendrás hambre". Le tomo la pauta del silogismo: "Piensa que tienes dinero...". "No me líes", comenta sonriendo, "no van así las cosas de mentalización; has de aplicarlas a cuestiones que tienes pero no quisieras tener, simple y llanamente". Dado que mi poder de autosugestión es parco y todo lo que me explique no servirá para mucho, véase que él está en manga corta y yo voy con la cremallera hasta el cuello, señalo hacia el cartel de la película: "¿Es de miedo?", le pregunto mientras con el pulgar señalo hacia mi taquillera favorita (si es de miedo no subirá a verla). "No, es una fantasía real", sintetiza mientras corta la entrada de la pareja que acaba de llegar proveniente de la taquilla.

Finalmente, a poco del comienzo de la sesión, me dirijo nuevamente hacia la taquilla para ultimar con mi taquillera favorita. "No me tardes", le comento rápidamente entre cliente y cliente. "Vale, vale... en cuanto acabe aquí", me responde mientras me hace señas para que vaya subiendo.

Arriba, en la sala.

Nuestro sitio habitual estaba tomado por unos jóvenes así que me quedé a medio camino y cerca del pasillo para así poder interceptarla cuando subiera. Cuando quise darme cuenta, ya me había terminado mi bocadillo y ella aún no había hecho acto de presencia.

En pantalla, la realidad y la fantasía se sucedían como la noche al día, una tras de otra. Las vicisitudes del cada vez más crudo mundo real de los adultos se intercalaban entre las del cada vez más real mundo de fantasía de la niña, hasta que la realidad engarzó con la irrealidad, allá en el laberinto, encajando una en otra como si fueran complementarias y necesarias para el crudo desenlace, como si las partes fantásticas hubieran sido en realidad premoniciones metafóricas de los acontecimientos desarrollados en mundos paralelos, relacionados y dependientes.

Estaba relamiendo el final, pieza de relojería argumental, cuando me percato de que mi taquillera favorita ha brillado por su ausencia. Una incomparecencia que quizá debí detectar en su "Vale, vale..." pero que me pasó desapercibida, posiblemente, como consecuencia de que aún no he conseguido rasgar la cortina de fantasía con que la imaginación me sigue manteniendo separado de la adusta realidad adulta circundante y que la niña protagonista encarna a la perfección, con una mirada infantil inocente pero perturbadora, que se resiste a separarse de la magia de lo posible entre lo imposible cuando el mundo de las hadas y de los hados confieren un universo, tal como aparece reflejado en la pantalla, de halo perverso y desasosegante.

Inicio el descenso hacia la salida pensando que el título describe la encrucijada laberíntica en la que el guión proyecta su calidad de fauno, de deidad oracular capaz predecir el futuro que le era revelado durante los sueños o por medio de voces sobrenaturales que salían de arboledas sagradas.

Abajo, en el vestíbulo.

Cuando llego al vestíbulo me encuentro con mi taquillera favorita: "No he subido porque si la veo, no duermo; es demasiado real para ser fantástica", me comenta con una sonrisa descriptivamente excusadora antes de entrar a platea para echar una mano en la revisión de butacas precursora del cierre.

"¿Es de miedo?", le había preguntado hacía cerca de dos horas al portero en aquel mismo lugar mientras con el pulgar señalaba hacia la taquilla. "No, es una fantasía real", había sido su acertada respuesta.

Una fantasía tan real que físicamente empiezas ubicado en el mundo real adulto para no dejarte enmarañar por las fantasías infantiles y, anímicamente, acabas aferrado a la componente fantástica en un intento de conseguir sobrevivir en la ciénaga de enfangada crueldad de una historia que, gracias a Dios, ofrece una prueba de vida antes de la palabra fin.