sábado, septiembre 30, 2006

Salvador (Puig Antich)

El Jefe, indudablemente, iba por buen camino: había programado 'Salvador' cuando estaba entre las candidatas a representar a España en la 79 Edición de los Oscar de Hollywood, en la categoría de película de habla no inglesa. Sin embargo, el día de la proyección ya se había desvelado el resultado de la elección y, una vez vista, no me extrañó su descarte, no porque careciese de méritos, al contrario, sobrada estaba, sino porque hay cosas que, intuyo en mi mal pensar habitual en estos tiempos de parloteo congresista plagado de descalificativos y aderezado de cuñas radiofónicas tidldadas de divulgativo-formativas pro-unidad, que en el centro no se iba a seleccionar una película que tuviese diálogos, aunque fuesen fragmentos, en la lengua vernácula de quienes dejaron a merced del destino y sin noticias de Dios a los soldados del Rey en Flandes. (Léase 'Alatriste' , 2006-Agustín Díaz Yanes ).
 

No adelantaré más acontecimientos y seré narrador cronológico. Me encontraba junto a la ventanilla mientras mi taquillera favorita atendía a quienes hacían cola ante ella. Como tenía para un tiempo, me acerqué a saludar al portero.

Esperé a que pasasen los clientes que le entregaban la entrada. Me llamó la atención que a bastantes, aunque no a todos, los previniese sobre el sentido de la película. "Es que hay personas muy sensibles y puede que les afecte porque es fuerte", me argumentó a vuelta de mi pregunta al respecto. "Pero no se lo dices a todo el mundo", seguí la cuestión. "Bueno, a los habituales que sé vivieron el momento sobre todo y a quienes no siéndolo entiendo, por psicología de ver gente día tras día, que les puede afectar", completó su razonamiento. Poco más pude añadir. Él, en cambio, sí supo acabar su exposición con un epílogo digno: "Buena gente tenemos hoy: buena película, buena gente".

Volví a la taquilla que ya aparecía más despejada. Cuando llegué, mi taquillera favorita despachaba a un grupo de tres señoras jubiladas y pude oír como una le decía: "Ay, hija, gracias por prevenirnos pero nosotras ya sabemos lo que vamos a ver porque lo vivimos en su tiempo y lugar; quizá tú no porque eres muy joven pero era lo que había en aquella época y aunque las cosas parecen haber cambiado no hemos de olvidar lo malo para que no se vuelva a repetir". Mi taquillera favorita, que escuchaba con una agradecida sonrisa en los labios, indudablemente auspiciada por retazos tales como "Ay, hija" y "eres muy joven", les preguntó acto seguido: "¿Y no les afectará el revolver en los recuerdos?". La señora le dedicó una sonrisa comprensiva antes de responderle: "Criatura, a nosotras ya no nos afecta el recuerdo, nos afecta el olvido, el temor a que se vuelva a repetir; no por nosotras que ya ves estamos de vuelta, sino porque oímos a los políticos y vemos a la juventud de ahora y nos parece como si el tiempo hubiese tapado de hojarasca la boca de la alcantarilla y cuando menos se espere alguien pueda volver a meter la pata en ella". Discretamente, mientras hablaban, saqué mi agenda roja y empecé a anotar lo que estaba oyendo, sabedor de que por cuestión de un cursillo iba a estar una temporada sin poder transcribir la crónica y no quería que la memoria me jugase la mala pasada de alterar los acontecimientos presenciados. Cuando terminé las anotaciones, vi a las tres jubiladas hablando con el portero. "Ay, joven, gracias por prevenirnos...", me llegó desde la distancia que media entre la puerta de acceso a la sala y la taquilla, proveniente de la portavoz del grupo. 'Cuando sea mayor me gustaría tener la sabiduría de esa señora para responder razonado e inalterado, como si fuese la primera vez que me hacen el comentario', pensé conocedor de mi. "Estas señoras son encantadoras", comentó mi taquillera favorita antes de recordarme que ya era la hora de inicio.

Una vez en la sala, tras los créditos de la distribuidora, la luz de la pantalla, cual mecanismo de Star Trek, me teletransportó a 1973... fotografía rojizo otoñal, patillas y barbas, Seat 124, jerseys de cuello, canciones del momento y ambientadas escenas de manifestantes entre caballos, botes de humo y porras en un cinemascope que extiende el recuerdo hasta dónde la vista de la memoria alcanza a recuperar.

Mi taquillera subió y se sentó dando rápida y silenciosa cuenta del bocadillo de queso con lechuga que últimamente conforma su menú de cine preferido. Poco había que comentar, las imágenes hablaban por los presentes y ausentes.

Se nos añadió el Jefe, aparecido por la puerta lateral de acceso a la cabina. Mi taquillera favorita, sabedora de su buena memoria le consultaba detalles al respecto de situaciones, lugares y personas no necesariamente relacionadas con la trama de la historia pero sí con el momento de la acción.

Noté que mi taquillera favorita empezó a rebullirse en la butaca cuando los sables de los integrantes del encojonado consejo de guerra se arrastraban sobre la mesa mientras sus portadores desfilaban por el encajonado pasillo que conformaban las sillas arrimadas contra la inamovible pared y la maciza mesa de la oficialidad vigente.

Al poco, con la llegada del verdugo, mi taquillera favorita empezó a recoger los restos del reparador ágape naturista que había ingerido poco hacía. Mientras, por pantalla, el verdugo recopilaba los elementos que conformarán el garrote, me vino a la cabeza que 6 años antes de los hechos que estábamos "revisitando", en 1968 en concreto, Stanley Kubrick había planteado en su '2001: Una odisea del espacio' la presencia de un elemento oscuro, el monolito de medidas proporcionalmente simbólicas, que las inteligencias espaciales utilizaban como interfase para interaccionar con el medio físico para llegado el caso, tal como se apuntará en '2010: Odisea 2' (1984-Peter Hyams), partiendo de los elementos disponibles en el lugar llegar a crear un hábitat en el que la vida pudiese desarrollarse naturalmente; bien, 6 años después del apunte de odisea espacial, aquí, en esta tierra, puede que abandonada de la mano para unos muchos, pero en cambio aferrada de su mano para unos pocos, un personaje oscuro recopilaba del entorno existente los materiales para crear un elemento de tortura especializado, sabido y conocido, en erradicar la vida de la manera más vil e inhumana: cuando se está a la derecha del Padre, el tiempo se detiene; y si no es así o a quien no sea así, se le detiene.

En este trance me hallaba, a punto de concluir que no es que se hubiera avanzado grandemente en comportamiento desde 400 años atrás, en la época visual y anímicamente reflejada en 'Alatriste', cuando, vista y no vista, llegado el punto en que la cámara empieza el recorrido hasta la sala del garrote, mi taquillera favorita, como activada por resorte, se levantó y sigilosamente, sin mirar atrás para no perder pie en el camino de bajada hacia el vestíbulo del anfiteatro, abandonó la sala, dejándonos, al Jefe y a mi con el hipnótico movimiento circular antihorario de cámara en torno al encapuchado joven maniatado que se ve entre los huecos que dejan los asistentes y el verdugo: por un lado, el movimiento de cámara ayuda a retroceder en el tiempo hasta situarnos como mudos testigos de lo que acaeció en aquella lúgubre habitación aquel día y por otro, intenta aliviar, compensar, la tensión de la agobiante sensación del vuelta a vuelta del tornillo.

Cuando el letrero de FIN dió paso a los créditos de final, la sensación de vacío anímico se transmutó en tristeza de espíritu mientras la voz de Lluis Llach desgranaba los versos y estrofas de su 'I si canto trist', en una versión actualizada, canción que en su momento, cuando la oí hace años, no supe apreciar en sus matices, no porque no los tuviese sino porque me faltaba entender el contexto en el que se interpretaba y aplicaba. Al notar la tristeza que me embargaba, consideré, egoístamente, muy posiblemente, que en mi caso el tiempo había pasado para mejor pues, conclusión derivada, mi sensibilidad había mejorado.

Cuando llegué al vestíbulo de entrada me encontré al personal con cara de circunstancias. Los que salían de la sala, tras haber recogido las butacas tampoco diferían de los que allí nos encontrábamos. Como siempre, el Jefe bajó el último y tras cerrar la llave del agua desapareció silencioso hacia la taquilla para cortar la corriente del local.
 

"Esta película me da mucha 'penica' ", dijo mi taquillera favorita, rompiendo el silencio verbal imperante entre todos los que, ya en la calle, veíamos como el Jefe traqueteaba la puerta de acceso, para asegurarse de que estaba bien cerrada, y el cartel de la película se movía levemente dando la sensación de que el rostro del protagonista, mirando hacia arriba cuando hacía minutos que habíamos presenciado como había sido obligado a mirar hacia abajo, nos decía 'hasta mañana'.

sábado, septiembre 16, 2006

La joven del agua

Hoy, sábado, ha amanecido lluvioso. Adiós frontón, otro sábado será.
 

Mientras las gotas de agua siguen el curso natural fijado por la acción de la fuerza de la gravedad, leo en "El Periódico" (edición del 23-Sep-06): "Aproximadamente, un centenar de independentistas no cesaron de abuchear ayer durante el tiempo que duró la lectura del pregón de Elvira Lindo como protesta porque el discurso fuese en castellano. (...) Lo vivido ayer en Sant Jaume pareció más propio de un campo de fútbol que de una plaza durante el primer acto de la fiesta mayor de la ciudad. Los cánticos de "botiflers", "independencia" y "en Catalunya se habla catalán" vociferados por los independentistas (que abrieron paraguas negros en señal de duelo por la lengua catalana) fueron contrarrestados por los no nacionalistas con gritos en favor de la "libertad". La gran mayoría del público asistió estupefacto a la escena en Sant Jaume."

La Naturaleza, en su sabiduría natural, parece que se ha asomado a la gran pantalla del cielo a decir: "Dejaos de tanto simbolismo fatuo, utilizad los paraguas para lo que son".

El Jefe, con su don de la oportunidad habitual, ha programado 'La joven del agua' en la gran pantalla de mi cine preferido.

M. Night Shyamalan, maestro constructor de historias aparentemente imposibles pero edificadas sobre los cimientos de los miedos más íntimos y, últimamente, desde su anterior 'El Bosque', enraizadas en el abonado terreno del terror socialmente más interesado, presenta, bajo la promocionada apariencia de cuento infantil, una reflexión sobre cómo nos hemos ido alejando de la armonía con nuestro entorno, naturaleza y semejantes; "porque al hombre cada vez le cuesta más escuchar", explica el narrador que hace la introducción.

Ajenos a lo que nos esperaba en la sala, hablábamos. "En fiestas mayores siempre llueve", comentaba mi taquillera favorita mientras miraba hacia la calle mojada después del chaparrón que acababa de caer. Yo asentía mientras observaba, casi hipnotizado, la camiseta de lentejuelas que llevaba. "De dónde has sacado esa camiseta", la pregunté, cambiando un poco el tema. "Estoy viendo que quizá una buena alternativa a mis actuales molestias pase por la reflexología", fueron sus siguientes palabras. A ver, a ver... que yo había preguntado sobre las lentejuelas y 'alternativa', 'molestias' y 'reflexología' determinaban una triangulación problemática que eclipsaba cualquier posible interés por mi parte sobre el 'prêt a porter' otoñal y sus devastadores efectos sobre bolsillos y armarios. "¿Reflexología?", sinteticé inquisitivamente mientras el eco de la taquilla alargaba el signo de interrogación. "Me es muy extenso el detallarlo", respondió mi taquillera favorita. "Por cierto", siguió con una sonrisa de 'cambio de tema porque me toca', "tengo ganas de verla", señalando el cartel de la película, "porque salía gente comentando que no la había entendido. Eso es que debe estar bien...", dejó ir mientras me señalaba la hora que era; hora se subirse para la sala, que la película estaba a punto de comenzar.

Inmerso estaba en la simbología visual y argumental de la película cuando mi taquillera favorita apareció, como surgida de la nada, a mi lado. Volví a sumergirme en la piscina de la pantalla y cuando quise darme cuenta el Jefe cerraba la fila de los que allí estábamos ojos abiertos, parpadeos al mínimo, mirando, oyendo, observando, interpretando.

Mientras se desarrollaba la tensa escena de la fiesta en el jardín, en torno a la piscina, desde la calle llegaron los murmullos petardeantes del diablesco pasacalle de inicio de fiesta mayor. Mi taquillera favorita se levantó y bajó hacia el bar. Extraño, ella ya había dado buena cuenta de su bocadillo y agua, y nunca baja a por un segundo botellín. Me tomé la licencia de preguntarle al Jefe... "Ha bajado a mirar los diablos, a ver si ve al Quim y a sus padres", me susurró sucintamente explicativo.

Cuando me quise dar cuenta, aún con las majestuosas imágenes del águila logista volando recortada contra el tormentuoso cielo de la reparadora lluvia en mi cabeza, las luces se encendieron, mi taquillera favorita se levantó rápidamente (en algún instante había vuelto de observar el pasacalle) y mientras recogía el asiento y sus pertenencias dejó ir, sólo para mis oídos: "No me ha gustado nada, pero nada de nada". Así, pillado doblemente de improviso, (por su presencia y por su comentario), puse cara de 'no entiendo lo que me estás diciendo'. "Es bien simple", dijo ya con los pies enfilados hacia la salida, "que no me ha gustado. Que desde 'El sexto sentido' este buen hombre ha ido perdiendo el fuelle de captar mi interés", y mirando hacia el lugar que había ocupado el Jefe soltó un "que llevamos no sé el tiempo de rollo tras rollo", para, acto seguido y sin esperar respuesta por mi parte, encaminarse hacia la taquilla, su piscina particular.

"M. Night Shyamalan y el Jefe, dos incomprendidos por mi taquillera favorita", podría titularse la situación que acababa de desarrollarse ante mí. Lejana, imposible, inviable, quedaba la posibilidad de "'M. Night Shyamalan y el Jefe: dos incomprendidos', por mi taquillera favorita". Como de costumbre, los signos de puntuación marcan diferencia en una afirmación.

Ya en la calle, congregados ante la puerta de entrada, esperábamos a que el Jefe acabase de echar la cerradura. Tras dos vueltas de llave y un traqueteo comprobador, el Jefe se guardó el llavero en el bolsillo derecho del pantalón dando por terminado el día, cinematográficamente hablando. Hubo un momento de silencio, durante el que todos nos miramos unos a otros. Luego, tras el instante de reflexión, como si estuviéramos en un debate, llegaron, secuenciadas, las conclusiones de los ponentes.

"Pero entonces, al final, ella no se queda con él", abrió ronda mi taquillera favorita, señalando el rostro de la joven que aparece en el cartel con un mano mientras con la otra se sujetaba la toquilla que complementaba el jersey que se había puesto sobre la camiseta de lentejuelas. Ummm, pensé, ella ha interpretado que la película va de una historia de amor.

"Es una alegoría política", seguí; pero sin extenderme en detalles, que no había tiempo.

"Es un galimatías", resumió el Jefe. "Mezcla varios estilos y al final me he perdido", añadió aclaratorio. Ummm, pensé, la ha visto descontextualizada; como quien se acerca tanto al andamio que cubre una fachada en reformas, que ve los tubos y los tornillos del entramado estructural pero no se percata de que la lona que lo cubre tiene una imponente imagen que ha de ser observada desde la distancia.

"Es un rollo, como toda película", completó el portero. Ummm, pensé, no quiere mojarse.

Es curioso, en la película se dice que al hombre cada vez le cuesta más escuchar pero, tras oír los comentarios de quienes allí estábamos, salta a la vista que cada vez le cuesta más ver lo que tiene delante.

Completada la ronda de palabra, nos fuimos para casa; eso sí, sin tener que abrir los paraguas. Significativo. No todo está perdido.

Monster house

"Y con una llamada pasé del convencimiento a la asunción, de una perdida llana a una pérdida esdrújula; vamos, que la próxima vez me llevo lo puesto y lo que quepa en un bolso de mano", resumió mi taquillera favorita el desenlace de sus maletas en el barullo, laboral para unos, competencial para otros y criminal para todos quienes allá pilló, de finales de Julio en el aeropuerto: la habían llamado a casa para confirmarle que sus maletas no iban a volver; perdidas no se sabe dónde desde el otro lado del teléfono, pérdidas que saben mal desde éste.
 

El jefe, sabedor del desenlace y en su habitual línea de hilado fino, ha optado por programar una película de animación (a seguir; lo malo pasado, a olvidar) en la que un desvencijado edificio, en el que desde siempre habían desaparecido balones, triciclos y mascotas del barrio, cobra vida y aterroriza a quienes, en un intento recuperar sus desaparecidas pertenencias personales, han osado pisar su césped (a veces la sinopsis de una ficción no puede estar más cercana de la realidad).

Mi taquillera favorita no tardó en subir (no tenía que hacer llamadas telefónicas pues todo su mundo ha vuelto de las vacaciones y se anima con las películas de animación).

Mi taquillera favorita no tardó en abrir los ojos como platos y quedarse, como absorta, mirando la pantalla, siguiendo los realistas gestos de 'Croqueta' y, regularmente, comentando sus ocurrencias, diciendo bajito, como para sí misma, mismitica: "igualico, igualico, que el animalico de Joseíco". "Es que está basada en gestos reales", le susurré sin intención de extenderme en la exposición de la técnica de captura de movimiento aplicada. "No son sólo los gestos, son las situaciones y las reacciones", reafirmó. "Y las acciones", remató al ver el tinglado montado con un aspirador cargado de jarabe de botica.

No quise entrar en más detalles al respecto de su 'igualico, igualico' (indudablemente, derivado de alguna conocencia suya) pero justo llegar el coche de la policía local, el sheriff veterano parecía la reencarnación de nuestro Jesús Gil y Gil... y hay una señora fantasma pintiparada, en toda su plenitud, a Montserrat Caballé.

Si a veces a las historias de película se les añade la coletilla de 'basada en hechos reales, parece que a esta película le corresponde el añadido de 'basada, animada, en gestos reales'. Y teniendo en cuenta lo que me imaginaba, no hace tanto ¡qué caramba!, cuando tenía que atravesar la sala a oscuras ciegas (al dar y quitar la tensión del cuadro eléctrico general) entiendo que debería disponer también de la muletilla de 'inspirada en imaginaciones reales'.

Terminada la sesión, me encontraba en el vestíbulo mirando los carteles de las películas por venir cuando bajó el Jefe. Nos saludamos, y en seguida me comentó: "¡Qué ocurrencia: hacer una película de miedo para los niños!". Y, acto seguido, raudo, entró a la sala a ultimar el cierre del local. Su comentario me hizo recordar que un amigo, acreditado cronista 'free-lance' para el inminente festival de Sitges, hace unos días me comentaba, al trote deportivo en el renovado camino de la playa de este nuestro lugar en el mundo para el siglo 21, que sus hijos venían organizando con sus primos, impúberes todos, sesiones nocturnas de cine de terror. "¡Qué ocurrencia más terroríficamente ocurrente!", concluí tras haber atado dos cabos temporal y espacialmente sueltos.

Luces apagadas. Los carteles parecen cobrar vida cuando las sombras de los transeúntes que pasan por la acera, al otro lado de las cristaleras, alteran la iluminación reflejada proveniente de las farolas del paseo central de la avenida. Pasos. Se abre la puerta de la sala y aparece mi taquillera favorita. "Está bien pero no la encuentro adecuada para el público infantil", deja ir antes de que le pregunte su parecer al respecto. Pasos. Se abre la puerta de la sala y aparece el Jefe. "No es infantil, es para mayores de 7 años", aduce presto, prontamente, antes de dirigirse, raudo, a verificar los cierres de las puertas de acceso a la calle. Debe haber dado en la diana porque mi taquillera favorita no dice nada más. Yo no me he enterado de la diferencia pero es que no conozco los entresijos que conforman el entramado de la calificación y la recaudación. Mientras el Jefe cierra la puerta por la que hemos salido me pregunto si quizá hay demasiado público entre los 'mayores de 7 años' y cada vez menos en el tramo tildado de 'infantil'. El Jefe comprueba el correcto cierre de la puerta cimbreándola. La vibración se transmite al cartel y la casa parece que quiere empezar a moverse: abandono mi abstracción divagadora y de vuelta a la realidad circundante; el verano aún está aquí y la noche invita a pasear.

viernes, septiembre 01, 2006

Alatriste

 
                               
Primera jornada:
 

En la mirada de mi taquillera favorita ví que no iba a entrar a la sala. Su amiga estaba en la taquilla ayudándola en el despacho de entradas y, según me comentó, entre lo que había visto pasando por la sala y lo que le había contado su amiga, había visto claro que no era el tipo de película que más le convenía ver en las circunstancias anímicas que está viviendo: "Está demasiado bien hecha y me afectará mucho, ergo no la pienso ver... que luego lo paso mal y, además, está en panorámico". La presencia de 'ergo' en su argumentación ya me indicó que poco más iba a poder negociar para intentar hacerla cambiar de opinión pues la fluida afluencia de público dejaba pocos y breves resquicios de tiempo como para mantener una conversación que fuera más allá de monosílabos o frases telegráficas y el remate de 'está en panorámico' remachaba su opinión, era el clavo que mutaba su posición en inamovible, ¡que ya nos conocemos!; por tanto, me alejé de la taquilla y me acerqué a la puerta.

"Está mucho mejor que la de los piratas", me comentó el portero una vez que hubimos intercambiado parabienes. "¿Sí?", respondí aún en la línea monosílaba que traía desde la taquilla. "Y tanto, no hay color. Esta es una película, película", comentó el portero mientras rompía las entradas de quienes iban entrando a la sala. "Pues en la taquilla me han dicho que es panorámica", aduje recabando más precisión. "¿Panorámico?. No me he fijado en ese detalle. Se ve muy bien, por eso. Igual lo han hecho así para que no se disparara el presupuesto: en panorámico no sale tanto por pantalla y hay que cuidarse menos de lo que entra en campo", completó su resumen de opinión. "Pues igual van por ahí los tiros. Tú sí que sabes", comenté. "Ya llevo unas cuantas películas vistas", aseveró.

"Dentro de nada es 11 de Setembre", dije mixto y a modo de capote evasor de sus comentarios al respecto de cuando empezó en mi cine preferido. "Y en nada estamos en la Merçè", dijo haciendo coincidir la cedilla con el sesgado de las entradas que le acababan de ofrecer. "Y poco después estaremos en el Festival de Sitges", oí que decían quienes habían entregado las entradas. Miré hacia quienes habían hablado y me encontré con Pedro y un amigo suyo que sonreían ante la ya habitual coincidencia en estrenos y películas de visionado requerido que últimamente mantenemos.

Sin más, me subí hacia la sala para verme envuelto en la bruma del grupo de comandos que atacan una posición de artillería. Este comienzo, con el agua al cuello, manteniendo los fusiles por encima de las cabezas y soplando periódicamente la mecha enrollada en la muñeca para mantenerla encendida se mantuvo casi hasta la mitad de la película. Allí estaba yo procurando que no se apagara la llama del interés conforme transcurría la película. No acababa de enterarme de lo que estaba ocurriendo. La ambientación está conseguida, los actores cumplen y la mayoría con nota pero no entiendo el intríngulis y me encuentro perdido en la trama. ¿Será porque no he leído las novelas de Alatriste?. ¿Será porque hay cinco novelas condensadas en una película?. ¿Será porque siendo una película de época no la encuentro espectacular?.

Hacia la mitad, empiezo a encontrarle el tranquillo. Las piezas y personajes empiezan a encajarme y me percato de que, tal como está planteada la película, han habido muchos detalles significativos que me han pasado desapercibidos y que podrían haberme hecho sintonizar con las imágenes mucho antes.

El tramo final, en el campo de batalla de Rocroi, alcanza cotas sublimes. Si hasta entonces había venido notando que la pantalla era panorámica, en esas escenas las franjas laterales desaparecen barridas por los sonidos de las picas al entrechocar y el aspecto sepia de la fotografía.

Luces encendidas. Mientras bajo hacia el vestíbulo convencido de que se impone un segundo visionado coincido con Pedro y su amigo que están recogiendo sus pertenencias. "Impresionante", sintetiza Pedro muy en su estilo. Su amigo, asiente. "No he entrado hasta bien pasada la mitad de la película", comento aclarando mi posición actual pero sin desvelar mi plan venidero. "Impresionante", reitera Pedro muy en su estilo. Su amigo, asiente. Viendo que de ahí no van a salir, cambio la conversación hacia la proximidad del Festival de Sitges y hablamos un poco sobre lo que se prepara para esta edición. Ellos se van y me quedo recogiendo las butacas.

"Vaya voz que le han puesto al Viggo Mortensen", comenta una de las acomodadoras a mi paso. "Pues yo la he encontrado interesante, como si formara parte de la ambientación ya que le da un aire de cicatriz no visible pero significativamente perceptible", respondo al vuelo. "Así visto, ya puede ser. Igual que cuando repasa las cicatrices del torso, ésta sería una más", sigue la acomodadora. "Sí, no se dice cuándo o cómo fue pero habiendo visto que a la que pueden las espadas buscan el cuello, no me extrañaría que hubiese sido en una batalla o en un duelo", concluyo. "Me has convencido y ahora me parece que hasta le da un aire más interesante al personaje", añade llevándose pensativamente el pulgar hacia la barbilla. "Un hombre con pasado siempre resulta un hombre interesante", dejo ir. "Lo que pasa con esta película es que parece como si faltaran escenas y una se pierde un poco, además de que no puedo verla de seguido pues tengo que estar por el público", arguye mientras se aleja para acabar de repasar las butacas que de abajo ya se oyen comentarios de que han terminado su parte.


 

 
Segunda jornada:
 

"No rey, no voy a entrar a la sala", aseveró mi taquillera favorita mientras apretaba grácilmente los labios en constatación de que para ella dos negaciones consecutivas tan sólo son reafirmación de la negación inicial.

Alegar por mi parte que dos negaciones, tal como ella había expresado, en lógica se entienden como una afirmación tan sólo hubiera servido para darle pie a que dijese que me bajase de la nube teórica porque una cosa es la lógica aplicada que se estudia y otra muy distinta la lógica que se aplica en la práctica.

"Alatriste ha ganado en mi apreciación desde que la ví anoche y aquí me tienes, dispuesto a verla una segunda vez para degustarla con calma y ver de encajar las piezas del engranaje argumental que se me quedaron en el aire", dejé ir de corrido en un intento de tentarla en última instancia pues la hora de inicio de la sesión estaba al caer.

"Bueno, siendo así, entra, la ves y me la cuentas", dijo con una sonrisa de no se hable más sobre el asunto.

"¿Por voz o por escrito?", dejé ir con la doble intención de no quedarme sin decir la última palabra y de dar un paso en la dirección de informarle de que dispone de un apartado propio en las crónicas; algo que algún día tendré que comentarle.

"Venga pasa a platea que tu amigo guionista ya hace rato que está dentro", despejó la amiga de mi taquillera favorita mientras despachaban a los que aún esperaban para sacar la entrada.

Cambio de perspectiva. En platea, hacia la mitad de sala y por segunda vez, las cosas de pantalla se ven con otros ojos y pude entrar en los entresijos de la película desde que el título de Alatriste es barrido por un hipotético soplo de aire.

Encendidas la luces, comenté la jugada con mi amigo guionista a quien por la mañana, en el frontón, le había comentado la falta de emotividad general que había notado en el visionado de la noche del estreno.

"Tu taquillera preferida dice..."

"Favorita, mi taquillera favorita", le interrumpí matizando.

"Ya. Vale. Tu taquillera favorita dice que los "enteradillos" dicen que eso de adaptar los cinco libros del Reverté, se nota en el resultado, en que hay muchos "cortes". Pues sí. En Titanic había un suceso único, y duraba tres horas. Aquí hay un montón, cada uno de los cuáles podría durar tres horas. Exceso de síntesis igual a falta -tal como tú me has comentado esta mañana- de emoción", sintetizó.

"Pues mi apreciación ha cambiado con este segundo visionado. Ahora la he encontrado más compacta y al entender el cuerpo de la trama no he notado que faltasen ni sobrasen trozos. Hoy me ha gustado en la totalidad, supongo que al no ir despistado con los personajes que aparecen me he podido concentrar en las imágenes y me parece que es una película que no busca la espectacularidad sino más bien la emotividad contenida, matizada y sostenida. Lo que me ocurrió ayer es que al ser de época, capa y espada, la esperaba por un camino que no es el que realmente lleva", me explayé.

"Yo no voy a poder verla una segunda vez", comentó mi amigo guionista.

"Pues me gustaría poder verla una tercera pero tampoco voy a poder, al menos por ahora", aduje mientras a mi izquierda una señora se levantaba quejándose de que había acabado cansada de tanta sangre.

Seguimos comentando las escenas que más nos habían gustado si bien tuvimos que dejarlo porque las luces empezaron a apagarse y mi taquillera favorita nos hacía señas de que había que abandonar la sala para que pudieran cerrar el local.


Cantaba Triana en 1979:

Quiero contarte niña cómo cambia el sentido de las cosas,
cómo una puerta ancha o estrecha según tu forma de ser.
El pájaro de alas blancas vuela alto a tu nivel.
Quiero contarte niña todo como lo ví ayer.

Qué bien aplican al trasfondo de Alatriste el título del álbum ('Sombra y luz'), de la canción ('Quiero contarte') y el fragmento de la estrofa. Cuestión de raigambre.