sábado, junio 10, 2006

Plan oculto

El discreto pañuelo azul al cuello florecía apareciendo por la deslumbrante camisa blanca realzada por el elegante chalequillo abierto. No me vió llegar. Estaba concentrada ordenando el paquetito de programas de mano de la película de la próxima semana. No me oyó llegar. Los golpecitos del paquetito de de programas de mano contra el oscuro mármol de la taquilla enmascaron mis pasos. No se fijó en que la observaba, abstraída en sus pensamientos y concentrada en su efímera ordenación (el fajito se desalienaría en cuanto alguien tomara un ejemplar del tentador programa de la próxima semana). Saqué partido de mi ventajosa situación y me recreé mirándola. No sé en qué pensaba pero esbozó una sonrisa y, con ello, me delató; bueno, siendo consecuentes, diré que me delaté.
 

"Qué guapa", dije, así, al vuelo, sin verbo, sin 'estás'.

"No seas tonto, estoy resfriada", aclaró, socarrona, con estratégico despliegue de 'ser' y 'estar'. Bastaron esas cinco palabras para percatarme de que me había visto mirándola (posiblemente de ahí la sonrisa) y, de paso, aprender el lenguaje de uso del pañuelo de cuello.

En esas llegó su amiga. Fin de la conversación, al menos por mi parte. Me acerqué al portero y hablamos de la tormenta de despropósitos que últimamente soplaba por el oásis autóctono, o autónomo, mientras ellas dos se ponían al corriente de todo lo que les había acaecido desde la última vez que se vieron.

Llegó el matrimonio de la croisantería, acompañado de dos amigas, y tras pasar por taquilla, saludaron y entraron.

Llegó el cinico (sin acento, que es un atajo de 'cinematográfico') y vino directo hacia nosotros, mostró el pase, saludó y entró.

Todos estos personajes, habituales de otro tipo de sesiones me hicieron sospechar que, quizá, había algo oculto, me refiero a algo aparte del título.

Desde la taquilla, mi taquillera favorita me hizo señas para que subiera, que ya iba a empezar. La amiga también se apuntó a la ascención. Mientras subíamos le comenté: "Han venido los señores de la croisantería y el cinico". "Es que Spike Lee siempre tiene cosas que decir", comentó, "por eso he venido yo también, a ver qué se cuenta", dijo a la vez que abría la puerta de acceso al anfiteatro.

Los créditos de comienzo iban acompañados de una hipnótica canción llamada "Chaiyya Chaiyya (Sombra Sombra)", una remezcla de la originalmente aparecida en la película de Bollywood "Dil Se (Desde el Corazón)" (1998, Mani Ratnam). Una introducción musical que, con identificables reminiscencias gabrielianas, percusión vital y guitarra hurgada, nos sumergió en el ambiente post-11S de mundos aparte condenados a coexistir y demostró, una vez más, que como suena el cine no suena la TV.

Estábamos en pleno atraco al banco cuando subió mi taquillera favorita. Cuando está su amiga, ya no tengo nada que hacer pues entre ellas se entienden y apañan. Así que me concentré en la película, que como corresponde a un plan oculto tiene objetivos que van más allá de lo visible pero que no escapan de lo perceptible.

Desde mi punto de vista, el atraco era lo de menos. La inmersión en la cultura del interés privado más interesado (no sólo porque sea un banco atracado sino porque hay más atracadores de los que están en el banco), del prejuicio étnico más arraigado (saca número para ponerse al final de la cola de negros e hispanos todo el que suene o tenga aspecto de árabe y, significativamente distintivo, vaya a pie) o del comportamiento más tópico magnificado por los medios ("Dios mío, esto va a ser una carnicería" dice uno de los policías cuando se plantea la posibilidad de que el atraco con rehenes esté siendo perpetrado por oriundos de una república rusa). Por si fuera poco, una gran bandera mural con "we will never forget" ('nunca olvidaremos', o como traducirá luego a la salida el cinico: 'no olvidamos, no olvidemos') en letras rojas y blancas que siguen las franjas, sirve de fondo para una de las escenas. Raya lo onírico, pues ¿hay algo más oculto, algo más sujeto a la interpretación, que los sueños?.

Llegados al desenlace y acompañando los créditos de final, aparece nuevamente el hipnótico tema musical del comienzo. Se cierra el lazo, acaba como empezó; eso sí, para quien estuvo a la hora (aviso para quienes acostumbran a comprar suministro, ultimamente en alza) y se quedó después del 'Fin' (costumbre clara y últimamente a la baja).

"Está bien pero no he entendido lo del anillo", dijo mi taquillera favorita mientras se sacudía la falda de su elegante conjunto. Me pilló desprevenido. Había estado tan concentrado observando las situaciones complementarias al atraco que no me fijé en cómo llega el anillo al bolsillo del negociador protagonista; no obstante, dije la mía dejando claro que era una hipótesis.

Acabados los créditos, bajé al vestíbulo y llegué justo cuando estaban en ameno corrillo de comentarios mi taquillera favorita, su amiga y los señores de la croisanteria y sus amigas. Nada más verme, mi taquillera favorita me llamó: "Ven, ven que ellos saben lo del anillo". En cuanto me incorporé al círculo fui puesto en detallados antecedentes al respecto del anillo. Bien, su teoría era factible. Se notaba que habían estados atentos al atraco. "Por cierto, ya que estamos, ¿alguien puede decir para qué es el agujero que excavan?", saqué a relucir aprovechando la coyuntura de conjunto en que nos encontrábamos. En un plis-plas, llegamos a un acuerdo verosímil al respecto de la excavación. Algunos puntos ocultos aclarados, trabajo de equipo; así ocurre en mi cine preferido.

El grupo se disolvió entre despedidas de 'hasta la próxima', unos se fueron para casa, otros entraron a la sala para acabar de ultimar el cierre del local y, a la espera de que salieran, quedamos la amiga de mi taquillera favorita y este cronista cuando emergió de la sala el cinico. Como estábamos en su ruta hacia la única puerta de salida que permanecía sin cerrar, al pasar a nuestro lado saludó y, se ve que me tiene cierta confianza (no debe saber que transcribo lo que dice, o quizá, sí, ¡quien sabe!), de modo que se paró un momento para comentar: "Por esta vez, la traducción libre del título le hace favor a la película". La amiga de mi taquillera favorita devolvió el saludo: "No se debieran alterar los títulos". El cinico aceptó el juego interpretando la escueta respuesta como una invitación a la charla: "El título original da pistas del desenlace, señala hacia la trama argumental visible, el atraco, ergo va dirigido al público americano; en cambio, el que se ha elegido aquí, apunta hacia la intención, peregrina diréis, pero perceptible, en la línea de 'La última noche' (2002, Spike Lee), resaca anímica post-11S que en esta ocasión plantea la hipótesis de que hubiera intereses económicos tras lo de las torres gemelas". La amiga de mi taquillera favorita puso cara de 'este tío delira' y se apartó discretamente con la excusa de poner bien uno de los carteles del próximo programa que presentaba signos de haber sido manipulado por manos ajenas a la empresa. Como me debo a mis crónicas y soy de la opinión que todo punto de vista puede aportar luz reveladora, le seguí la conversación: "Lo dices por cuando la abogada comenta que tiene un asunto importante que hacer, que ha de buscarle un apartamento a un sobrino de Bin-Laden". Asintió y complementó: "Se dice varias veces que 'cuando veas sangre en las calles, compra propiedades', demasiado hincapié como para que sea de aplicación al origen nazi de la trama; más cuando aparece la bandera con el 'Nunca olvidaremos', es evidente que se refiere al presente". Le expuse la duda que me vino a la cabeza: "Pero en el caso de las torres, como propiedad, se vinieron abajo; no había nada que comprar". Me miró comprensivo y adujo: "Está la tesis de que el atentado contra las torres se dejó hacer y que hubieron muchas empresas que cambiaron de mano con la caída bursátil que siguió a la caída de los edificios. De ahí que el 'nunca olvidaremos' se interprete como 'no olvidamos, no olvidemos, que cuando esto se destape cuentas ajustaremos'. Las propiedades inmobiliarias a que se refiere la máxima también aplica, y hoy más que nunca visto cómo puede derrumbarse un edificio, a las propiedades bursátiles. Se están produciendo cambios en los valores. Si antes se buscaba la riqueza, propiedades inmobiliarias, ahora se busca el poder, mayoría de acciones, poder decisorio en la compañía". Me vino a la cabeza una frase de película: "con el dinero consigues el poder". Sus ojos brillaron un momento, posiblemente mientras accedía a la memoria del recuerdo: "'En este país, primero hay que tener dinero; cuando tienes dinero tienes el poder y cuando tienes el poder tienes las mujeres', algo así dice Toni Montana (Al Pacino) en 'El precio del poder' (1983, Brian de Palma). Todo son películas pero la realidad acostumbra a superar la ficción". Con estas palabras se despidió camino de la puerta. Una vez hubo salido, se me acercó la amiga de mi taquillera favorita. "¿Cómo haces caso de lo que dice?, está un tanto fuera de órbita", sentenció. "Bueno, tiene unos puntos de vista muy particulares pero no son fruto de agentes externos porque, que yo sepa, ni bebe ni fuma", argumenté. "Pues a saber lo que come", remató. "Seguramente los mismos conservantes que tú y que yo, sólo que en su caso la memoria le llega hasta frases de 'El precio del poder'", despejé. Puso cara de mosqueo y sentenció: "Por si tenía dudas, con tu razonamiento me acabas de confirmar porqué eres tan amigo de mi hermano". Silencio por mi parte, no es cuestión de intervenir en cuestiones fraternales.

En esas salió mi taquillera favorita, discreto pañuelo azul al cuello floreciendo entre la deslumbrante camisa blanca realzada por el elegante chalequillo abierto. Se acercó sonriendo hacia nosotros. "¿Qué tal el resfriado?", pregunté interesado. "Ahí va", exclamó perceptiblemente contrariada. Entendí claramente que hubiera preferido que le hubiera dicho "¡Qué guapa!".

Procuro aplicarme en lo que hago pero, por ahora, el dinero no acaba de llegar; de modo que el poder puede esperar.

sábado, junio 03, 2006

Déjate llevar (Take the lead)

(Prólogo)
 

"Sólo he visto un trozo, un tango, y bien bonito. La película la veré ahora...", comentaba mi taquillera favorita a una clienta.

Mientras la clienta se dirigía hacia el portero, mi taquillera favorita siguió conmigo. "Ella lleva un vestido largo que se abre como una cortina y le queda recogido en un lado, a modo de cola que realza los movimientos del baile; es una monada", completó para mis oídos mientras ordenaba metódicamente el paquetito de programas de mano del próximo programa ("éstos, seguro que se quedan dónde los deje, hoy nadie los toca", me había dicho hacía unos segundos, justo antes de que llegase la clienta que había desencadenado la conversación del vestido).

"¿Y el Banderas?", pregunté conciso.

Me miró, dió un golpecito con el paquetito de programas en el mármol de la taquilla, suspiró grácilmente y, suavemente, susurró: "¡Ah, está guapísimo!".

(Cuerpo de baile)

Era de recibo, con Antonio Banderas por la pantalla, que subiría tan pronto pudiera. Así ocurrió. Llegó, se sentó y ya no quitó los ojos de la pantalla. Su comentario: "mira se ve el micrófono moviéndose por la parte superior", me sacó de mi estado de abstracción (a veces me pregunto porqué entro a ver este tipo de películas aunque sé que la respuesta pasa porque a ella le encantan), me confirmó que estaba bien atenta a lo que acaecía por pantalla y que no se dejaba cegar por el renombre del hombre objeto de sus suspiros.

Cuando llegó la escena del tango, comprendí que ver es entender y que una imagen vale por mil, o más, palabras ("¿Has visto que baile tan bonito?", comentó sin dejar de mirar a la pantalla) y, al igual que los escépticos alumnos de la pantalla, me dejé llevar por lo que veía: ¡Olé!, vaya tango de aires taurinos. Confirmado, hay un antes y un después del tango. Mi taquillera aún hizo unos cuantos comentarios más sobre el estilo de baile del Banderas. Yo me limité a asentir discretamente. Supongo que ella lo interpretó como que no quería distraerla con comentarios pero lo cierto es que no tenía mucho que alegar a lo que me decía dado que, para mi, durante el baile el amigo Banderas había desaparecido de escena. Es fascinante la capacidad selectiva del ojo humano.

El micrófono volante seguía haciendo apariciones al estilo guadiana. En estas que se nos unió el Jefe (él también degusta estas películas con los comentarios de mi taquillera favorita --yo aún diría más, me atrevería a decir que las programa a sabiendas de que le gustan--). Teniendo al Jefe a mano, fue cuestión de tres apariciones consecutivas del micrófono que lo convenciéramos para que volviera a la cabina a subir la imagen tanto como le fuera posible. Mano de santo, el micrófono, de existir, desapareció de nuestra vista para el resto de película. El Jefe quitó importancia al hecho: "Es que ahora, con las multisalas y sus pantallas 'cuadro' la ventanilla del proyector recorta por arriba y por abajo y seguro que no se ve; aquí como tenemos una pantalla grande se ve todo lo que hay en el fotograma". Bien, deduzco de sus palabras que las multisalas ayudan a reducir los costes de producción ya que permiten dar por buenos planos en los que el micrófono "entra en campo". Sin embargo, ¿qué pasa con la edición en DVD?. Bueno, esto ya forma parte de otro proceso de investigación que escapa al ámbito de la presente crónica.

El concurso de baile ofreció baile a diestro y siniestro, culminando en un innovador y atractivo tango a tres, mientras la música mutaba de baile de salón a hip-hop-mix, o algo así. Y en el último vals, la pareja se queda sola en la pista de su pensamiento. Lo comprendí fácilmente, ellos bailaban viendo su música o a su pareja; a mi me había pasado antes en el clásico tango a dos. Es fascinante la capacidad de discriminación de la mente humana.

Empezados los títulos de crédito de final mi taquillera favorita se levantó para bajar hacia la taquilla. Entonces, la película se puso visualmente interesante para mi. La pantalla quedó dividida en tres trozos, dos imágenes partidas en la parte superior y una zona de créditos deslizantes en la inferior. Las imágenes partidas empiezan como visión estereoscópica para irse desencontrando y encontrando conforme transcurre el tiempo y los créditos. Con tamaña composición visual, ni presté atención a la música que acompañaba. Es cierto, la vista es la que trabaja.

Acabado el efecto de imagen partida, los créditos y la música se adueñaron de la pantalla y de la sala. Plegué los asientos y descubrí bajo el que había ocupado mi taquillera favorita un botellín de agua sin abrir. ¡Se había comido el bocadillo sin beber ni gota, ni gota!. Lo que hace una película de baile. Recogí el botellín y lo bajé hasta la taquilla, dejándoselo en la parte interior de la ventanilla para que al día siguiente lo encontrara y dispusiera.

(Epílogo)

Mi taquillera favorita, las dos acomodadoras y la señora del bar comentaban la película mientras se procedía al cierre del local. Parecía un consejo de ministros de la época gloriosa: unanimidad en lo fundamental (la película les había gustado y el Banderas había estado muy en su papel) y discrepancia en los detalles (Banderas baila poco, Banderas habla poco, Banderas está mejor con el pelo hacia atrás o Banderas está mejor con el pelo cayéndole sobre los ojos). Sabedor de que debía cronicar lo que estaba acaeciendo ante mis ojos y oídos, metí cucharada verbal: "pasa que Banderas está discreto porque los protagonistas son el conjunto de jóvenes que bailan". Mi taquillera favorita no dejó pasar la ocasión: "una amiga mía, maquilladora de cine, me comentó que lo había maquillado en un rodaje y que es encantador y muy sencillo". ¿Qué más se puede añadir?. Yo también soy de Málaga.

Cerrado el cine, mi taquillera favorita expuso lo que seguía: "Vamos al estudio que mi amiga del alma está allí en una fiesta de cumpleaños, en el patio, y de paso vemos si tu amigo guionista ha terminado el rodaje de la escena de terrado que le faltaba para la película". ¡Dios mío!, pensé, justo la tarde que viene el actor de Madrid a rodar la escena íntima resulta que hay una fiesta en el patio con 'Opá, yo voy a hacer un corral' a todo trapo; verdaderamente, somos arcilla en las manos del destino. Ni miré el reloj, tan sólo me dejé llevar, eso sí, al estilo Dulaine, que lo tenía bien reciente.

En mi cine preferido las películas se ven y saben especial. No todo está en la película y el entorno (sala, personal y público) también juega su papel. Es el conjunto de todo ello lo que conforma la sensación que queda de una película.