sábado, septiembre 16, 2006

La joven del agua

Hoy, sábado, ha amanecido lluvioso. Adiós frontón, otro sábado será.
 

Mientras las gotas de agua siguen el curso natural fijado por la acción de la fuerza de la gravedad, leo en "El Periódico" (edición del 23-Sep-06): "Aproximadamente, un centenar de independentistas no cesaron de abuchear ayer durante el tiempo que duró la lectura del pregón de Elvira Lindo como protesta porque el discurso fuese en castellano. (...) Lo vivido ayer en Sant Jaume pareció más propio de un campo de fútbol que de una plaza durante el primer acto de la fiesta mayor de la ciudad. Los cánticos de "botiflers", "independencia" y "en Catalunya se habla catalán" vociferados por los independentistas (que abrieron paraguas negros en señal de duelo por la lengua catalana) fueron contrarrestados por los no nacionalistas con gritos en favor de la "libertad". La gran mayoría del público asistió estupefacto a la escena en Sant Jaume."

La Naturaleza, en su sabiduría natural, parece que se ha asomado a la gran pantalla del cielo a decir: "Dejaos de tanto simbolismo fatuo, utilizad los paraguas para lo que son".

El Jefe, con su don de la oportunidad habitual, ha programado 'La joven del agua' en la gran pantalla de mi cine preferido.

M. Night Shyamalan, maestro constructor de historias aparentemente imposibles pero edificadas sobre los cimientos de los miedos más íntimos y, últimamente, desde su anterior 'El Bosque', enraizadas en el abonado terreno del terror socialmente más interesado, presenta, bajo la promocionada apariencia de cuento infantil, una reflexión sobre cómo nos hemos ido alejando de la armonía con nuestro entorno, naturaleza y semejantes; "porque al hombre cada vez le cuesta más escuchar", explica el narrador que hace la introducción.

Ajenos a lo que nos esperaba en la sala, hablábamos. "En fiestas mayores siempre llueve", comentaba mi taquillera favorita mientras miraba hacia la calle mojada después del chaparrón que acababa de caer. Yo asentía mientras observaba, casi hipnotizado, la camiseta de lentejuelas que llevaba. "De dónde has sacado esa camiseta", la pregunté, cambiando un poco el tema. "Estoy viendo que quizá una buena alternativa a mis actuales molestias pase por la reflexología", fueron sus siguientes palabras. A ver, a ver... que yo había preguntado sobre las lentejuelas y 'alternativa', 'molestias' y 'reflexología' determinaban una triangulación problemática que eclipsaba cualquier posible interés por mi parte sobre el 'prêt a porter' otoñal y sus devastadores efectos sobre bolsillos y armarios. "¿Reflexología?", sinteticé inquisitivamente mientras el eco de la taquilla alargaba el signo de interrogación. "Me es muy extenso el detallarlo", respondió mi taquillera favorita. "Por cierto", siguió con una sonrisa de 'cambio de tema porque me toca', "tengo ganas de verla", señalando el cartel de la película, "porque salía gente comentando que no la había entendido. Eso es que debe estar bien...", dejó ir mientras me señalaba la hora que era; hora se subirse para la sala, que la película estaba a punto de comenzar.

Inmerso estaba en la simbología visual y argumental de la película cuando mi taquillera favorita apareció, como surgida de la nada, a mi lado. Volví a sumergirme en la piscina de la pantalla y cuando quise darme cuenta el Jefe cerraba la fila de los que allí estábamos ojos abiertos, parpadeos al mínimo, mirando, oyendo, observando, interpretando.

Mientras se desarrollaba la tensa escena de la fiesta en el jardín, en torno a la piscina, desde la calle llegaron los murmullos petardeantes del diablesco pasacalle de inicio de fiesta mayor. Mi taquillera favorita se levantó y bajó hacia el bar. Extraño, ella ya había dado buena cuenta de su bocadillo y agua, y nunca baja a por un segundo botellín. Me tomé la licencia de preguntarle al Jefe... "Ha bajado a mirar los diablos, a ver si ve al Quim y a sus padres", me susurró sucintamente explicativo.

Cuando me quise dar cuenta, aún con las majestuosas imágenes del águila logista volando recortada contra el tormentuoso cielo de la reparadora lluvia en mi cabeza, las luces se encendieron, mi taquillera favorita se levantó rápidamente (en algún instante había vuelto de observar el pasacalle) y mientras recogía el asiento y sus pertenencias dejó ir, sólo para mis oídos: "No me ha gustado nada, pero nada de nada". Así, pillado doblemente de improviso, (por su presencia y por su comentario), puse cara de 'no entiendo lo que me estás diciendo'. "Es bien simple", dijo ya con los pies enfilados hacia la salida, "que no me ha gustado. Que desde 'El sexto sentido' este buen hombre ha ido perdiendo el fuelle de captar mi interés", y mirando hacia el lugar que había ocupado el Jefe soltó un "que llevamos no sé el tiempo de rollo tras rollo", para, acto seguido y sin esperar respuesta por mi parte, encaminarse hacia la taquilla, su piscina particular.

"M. Night Shyamalan y el Jefe, dos incomprendidos por mi taquillera favorita", podría titularse la situación que acababa de desarrollarse ante mí. Lejana, imposible, inviable, quedaba la posibilidad de "'M. Night Shyamalan y el Jefe: dos incomprendidos', por mi taquillera favorita". Como de costumbre, los signos de puntuación marcan diferencia en una afirmación.

Ya en la calle, congregados ante la puerta de entrada, esperábamos a que el Jefe acabase de echar la cerradura. Tras dos vueltas de llave y un traqueteo comprobador, el Jefe se guardó el llavero en el bolsillo derecho del pantalón dando por terminado el día, cinematográficamente hablando. Hubo un momento de silencio, durante el que todos nos miramos unos a otros. Luego, tras el instante de reflexión, como si estuviéramos en un debate, llegaron, secuenciadas, las conclusiones de los ponentes.

"Pero entonces, al final, ella no se queda con él", abrió ronda mi taquillera favorita, señalando el rostro de la joven que aparece en el cartel con un mano mientras con la otra se sujetaba la toquilla que complementaba el jersey que se había puesto sobre la camiseta de lentejuelas. Ummm, pensé, ella ha interpretado que la película va de una historia de amor.

"Es una alegoría política", seguí; pero sin extenderme en detalles, que no había tiempo.

"Es un galimatías", resumió el Jefe. "Mezcla varios estilos y al final me he perdido", añadió aclaratorio. Ummm, pensé, la ha visto descontextualizada; como quien se acerca tanto al andamio que cubre una fachada en reformas, que ve los tubos y los tornillos del entramado estructural pero no se percata de que la lona que lo cubre tiene una imponente imagen que ha de ser observada desde la distancia.

"Es un rollo, como toda película", completó el portero. Ummm, pensé, no quiere mojarse.

Es curioso, en la película se dice que al hombre cada vez le cuesta más escuchar pero, tras oír los comentarios de quienes allí estábamos, salta a la vista que cada vez le cuesta más ver lo que tiene delante.

Completada la ronda de palabra, nos fuimos para casa; eso sí, sin tener que abrir los paraguas. Significativo. No todo está perdido.