viernes, agosto 11, 2006

Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto

Aún siendo viernes por la tarde, me sentía Toni Manero ante el espejo, peinado hacia atrás, camisa veraniega y sonrisa al punto. Quería estar preparado para negociar el 'no' que me iba a ganar en cuanto le preguntara a mi taquillera favorita. Un ramito de flores en la mano, no solo hubiera sido contraproducente sino que hubiera desentonado tanto como un romano con bambas.
 

El Jefe es un lince. Ya lo sabía pero él aprovecha siempre que puede para reafirmarmelo. En plena efervescente y turbulenta resaca sobre la ocupación de las pistas del aeropuerto y de los subsiguientes coletazos nacionales, estatales y autonómicos, ha estrenado 'Piratas del Caribe'; película que ya tenía programada como vuelta de las breves vacaciones del local y mucho antes siquiera del día del nefasto abordaje. Uno de estos días, como el que no quiere la cosa, le sonsacaré seis números del 1 al 49; ¡qué caramba!, para él es algo innato pero a los demás nos cuesta encontrar una combinación ganadora.

Según el diccionario, Pirata es una persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar. Hoy en día el pirateo, en el sentido de ejercer de pirata, no es que haya desaparecido, pues siguen produciéndose abordajes en mares, pero se ha reconvertido a la extensión del término navegación: allá donde se navegue allá habrá piratas. Así, la navegación aérea se ha visto azotada por la piratería, hasta ahora se había producido en naves, bien en tierra, bien en vuelo (el último acto tiene fecha de 2001, todavía da guerra y la que aún dará), pero desde unos días se ha visto, diferenciación e innovación autóctonas, que también puede extenderse a las pistas y servicios aeroportuarios (caso vivido por mi taquillera favorita, que llegó al aeropuerto y se encontró con la bandera reivindicativa izada, resultando de este abordaje sumario la pérdida de un día de vacaciones y del equipaje a la ida y, habiendo vuelto y pasado una semana, aún no ha recuperado). Así, la red de redes ofrece oportunidades para que todo el que por ella navega pueda verse asaltado a final de mes por importes de servicios que no ha contratado (caso de un buen amigo que a los tres meses se dió cuenta de que llevaba ese tiempo abonando un servicio de Firewall y anti-virus que no había contratado, ni oralmente ni por escrito) o de servicios en período de prueba con suscripción automática al cumplimiento que no son informados al pagano propietario de la línea telefónica que acaba de contratar ADSL (me ocurrió con un servicio de canguroNet que se me desveló como suscrito el día que se me ocurrió consultar las votaciones sobre películas de los años 60 que la web de miradas de cine había publicado en su número de Agosto; si no llega a ser por ese ranking quizá ya estaría pagando la cuota del servicio de modo que agradecido he hipervinculado el enlace revelador).

Aparecí compuesto y dispuesto ante mi taquillera favorita. Fue cuestión de minutos que me dijese: "No tengo el cuerpo para piratas" y, enrocada como estaba trás la ventanilla, no conseguí hacerla cambiar de parecer. "Aún no han aparecido las maletas. Sube tú que yo ya la veré, mañana, pasado o cualquiera de los días que la pasamos", concluyó. Ventanilla dura no es el término. Ventanilla imposible; es el término que aplica, sabedor de que no es no en labios de mi taquillera favorita.

Con la negativa a cuestas me dirigí a la sala, no sin antes saludar al portero y, faltaría más, comentar los detalles de la reciente versión mediática de "La Parrala" presente en boca de todos: que sí, que sí, que desalojo sí; que no, que no, que desalojo no. El verano da para esto y mucho más. Encontrada la tonadilla de la canción del verano todo el mundo la tararea, más cuando hay elecciones a la vuelta de la esquina y se ha aventado la oportunidad de poder ampliar las competencias que impelen los niveles A, B y C.

Tras entonar unas estrofas con el portero, me subí para la sala. El espectáculo debe continuar.

"No duré mas de treinta minutos en la sala. Lo que tardé en comerme el bocadillo y ver un poco del segundo rollo, me bajé para la taquilla", le comentaba a mi amigo guionista mientras nos preparábamos para el partido de frontón de cada sábado. "Pues tienes que volver a verla", me dijo. "Lo que ví no me hizo el peso", adapté de una expresión local. "Tienes que insistirle y con lo que me has comentado del aeropuerto no puedes desaprovechar la crónica; la película no debe ser tan mala como te pareció", razonó sonriendo diablillo. "Me conozco esa sonrisa... ¿qué apuestas vas a hacer?", inquerí siguiendo el juego verbal previo al que iba a tener lugar en pista. "Simple. Si ganamos, tú vuelves esta tarde", ofertó sin opción alternativa.

Dicho y hecho. Simple: mi amigo guionista apuesta y yo pago.

"Pasando por la sala he visto una espectacular escena de espadas sobre una rueda de molino; vamos, que me he parado a verla y todo", me explicaba mi taquillera favorita poco antes de la última sesión del sábado. "Entonces, si te parece bien, subes y la vemos", dejé ir como quien no está obligado a cumplir lo que ha ofrecido. "Venga, pues. Subo en cuanto haya ordenado la taquilla", conluyó decidida. Sus últimas palabras me impulsaron hacia el anfiteatro cual clíper a toda vela.

Aventuras de marinos arrastrados por las desventuras de Jack que sacan a los novios de la boda, afloran monstruos marinos y presentan isleños con cara de pocos amigos en un ambiente detalladamente cuidado y espectacularmente rodado que se resume en "muchas burbujas y poca sustancia" y que justifica mi original abandono el día anterior.

Un extenso cómic de situaciones tópicas pero cuidadosamente elaboradas, detalladamente maquilladas y espectacularmente filmadas: la fuga de Jack del óseo penal o la gran escapada de la prisionera tripulación de las dos jaulas pendulantes, el maquillaje de Davy Jones y tripulación, las salidas a superficie del Holandes Errante, la rodante rueda de molino con los espadachines funambulistas a la fuerza... topan y tocan fondo con una duración extensa (los guionistas han sido dos, por lo que se han podido turnar en la creación de situaciones pero el espectador es uno y llega a plantearse si debía ser tan larga; otra justificación de mi original abandono el día anterior: uno siempre tiene la potestad de ajustar la duración de la película a su gusto aunque esta libertad, a veces, esté supeditada a pagos de apuestas cumplimentadas y dirimidas deportivamente).

"He acabado harta de pulpo", comentó mi taquillera mientras recogía las butacas vecinas. "El maquillaje está muy bien pero se me ha hecho larga y como al final resulta que sigue en la próxima entrega... para quedarme a medias me pregunto si mejor no hubiera empezado a verla", dictaminó antes de empezar a bajar hacia el vestíbulo.

Tan sólo puedo añadir a lo dicho por mi taquillera favorita que el verano es una buena época para los piratas, que no todos son de ficción y, sufridamente demostrado, que no están circunscritos al Caribe.