La dalia negra

En estas, una clienta le comenta a mi taquillera favorita que viene a ver la película por segunda vez. La había visto de estreno y aprovechando que se reponía en mi cine preferido venía a repetir "porque tiene mucho diálogo, y hay que estar atenta. A mi me gustan las películas con diálogos y hoy en día no hay muchas películas como ésta". Mi taquillera favorita le despachó la entrada (la mujer venía sola) acompañada del comentario: "La veré en esta sesión, antes no puedo. Y me han dicho que está bien". Deduje que su fuente de opinión ('me han dicho que...) había sido su amiga, que se encontra con ella en la taquilla pero recogiendo para irse a casa. Mientras la mujer se dirigía hacia el portero, mi taquillera favorita razonó: "Si esta mujer viene a verla de segundas, puede que hasta me guste". Callé doblemente, por no continuar la arbórea conversación urbanita inicial y porque habiendo leído previamente la novela de James Ellory preveía que la película iba a ser una historia negra que, cual tormentosa nube, se iba a cernir sobre la buena disposición de mi taquillera favorita para hacerla pasar un mal rato. La mano de Brian De Palma auguraba que no iba a quedar títere con cabeza en lo que ya se preveía una merienda de negros.
No va más señores, hora de inicio de sesión. Dejo a mi taquillera favorita despidiéndose de su amiga y me subo hacia el anfiteatro dispuesto a experimentar sensorialmente la conversión de una novela de negra ficción histórica en una película. ¿Cómo resolverá el director el descubrimiento del cadáver en el solar?. Emoción, intriga; dolor de barriga.
Por de pronto, el Jefe se ha puesto a tono y ambienta al público presente con un pase negro, entre la publicidad y la película, anunciador a las claras de que la película va a ser en cinemascope (el tiempo de sustituir ventanilla y lente de panorámico por las de cinemascope y 'calzar' la milagrosa lente anamórfica que abre la imagen a toda la extensión de la pantalla).
Las escenas de altercados de comienzo ya hacen abrir los ojos y marcan el estilo narrativo de la película: las letras de créditos no parecen estar presentes en pantalla porque la imagen de lo que acontece acapara la atención. Brian De Palma ya avisa de que va a hacer magia... ofreciendo quites de diversión a los sentidos para que la atención del espectador deba optar por lo que centrarse y que, por tanto, no perciba todo lo que hay en pantalla.
Mi taquillera favorita está ya a mi lado. El encuentro del cadáver en el solar está resuelto con un majestuoso plano grúa, tan narrativo como visual, tan premonitorio como onírico, y la morbosa descripción del cadáver que en la novela fija los comportamientos de los personajes aquí se ha convertido en una morbosa concentración de personas que ocultan la visión del cuerpo a la cámara pero que, por los rostros y comentarios, le transmiten al espectador lo espeluznante del hallazgo. Arduo trabajo de adaptación de la novela; opto por intentar olvidarme de lo que acontece en la novela y me concentro en dejar que la versión cinematográfica haga su trabajo y genere su propio poso.
"¿Sabes que no está permitido encender la luz del móvil en la sala?", me susurra mi taquillera favorita; más por evadir un momento la tensión de lo que ve por pantalla que por la salvaguarda de la normativa interna del local ante mi toma de notas 'in situ', durante la proyección, a la tenue luz de la iluminación del móvil. "¡Qué trabajo más malo!", deja escapar mi taquillera favorita en referencia a la investigación del asesinato y de lo que va sacando a la luz.
Veinte minutos antes del final, mi taquillera favorita se anima a anunciarme el asesino. La escucho con la serenidad de quien sabe el desenlace y, en vez de adelantarle que se está equivocando de todas todas, le respondo con la calmada complicidad de quien no quiere desvelar la gracia de un concienzudo drenaje de las cloacas del comportamiento social más establecido.
Descubierto el pastel, chafada la guitarra premonitoria de mi taquillera favorita, la escena final se permite una licencia De Palma que completa la terna de toma con cámara giratoria del interrogatorio y de la cámara lenta en la escena desenlace de las escaleras (que se esté haciendo una adaptación cinematográfica no quita que el autor pierda su identidad, más cuando se ha aplicado comedido pero elegante, contenido pero con firme pulso narrativo) y mi taquillera favorita no espera a que aparezca la palabra FIN para levantarse y empezar a recoger sus pertenencias no sin dejar ir un sentido "¡Madre mía, que hartón de sufrir!". No puedo esperar a que se enciendan las luces para preguntarle si le ha gustado. "Está muy bien pero se sufre mucho", resume mientras las recién encendidas luces de la sala evidencian la seriedad de su expresión. "La que vimos en Sitges", en referencia a 'La novia dividida' (2006, Joan Marimón), "está mucho mejor; la ví, la degusté, sin tanto sufrir". Iba a comentarle que no mezclase géneros, medios y autores pero con un "ésta me ha hecho pasar un mal rato" dio por terminada la conversación y se bajó hacia la taquilla como alma que lleva el diablo.
Me encuentro en el vestíbulo, esperando que terminen de recoger en la sala. Aparece el portero a dejar la linterna. Me siento periodista y le pregunto por su parecer: "Es densa. Yo la he visto dos veces y aún hay cabos que no acabo de atar pero es que no la he podido ver de seguido". Normal, pienso; anoto.
Aparece el Jefe que viene de cerrar la cabina y su respuesta al periodista en ciernes es: "Me he perdido porque la he visto a trozos". Anoto, no opino; normal, pienso.
Obsesión, amor, corrupción, avaricia y depravación en torno a un brutal asesinato. Pienso en mi taquillera favorita: come bocadillo vegetal y piensa que quien habla de árboles para todos es un ecologista. Normal, deduzco, que no haya sido plato de su gusto. Y sin embargo, concluyo, es lo que hay.
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