viernes, octubre 20, 2006

La prueba del crimen

"Esta película es la hostia; la gente sale con la cabeza baja", me comentó mi taquillera favorita mientras ordenaba los programas de mano. Con el tiempo he aprendido que cuando ordena los programas es que viene poca gente. "Si Tarantino dice lo que pone en el cartel...", dejé ir con un hilo de voz en un intento de dar a la conversación un aire académico, de entendido en materia, posiblemente como resaca anímica de los trepidantes días pasados a caballo y contrarreloj entre dos coquetos pueblecitos barceloneses, playero el del festival de cine y costero el residencial de mi cine, dada mi acreditación como cronista independiente, 'free-lance' técnicamente divagando, durante el festival de cine Sitges'06.
 

"Si tuviera que entrar pagando, no entraba; estas películas no me van", nos dijo en un susurro confeso la acomodadora antes de entrar a la sala tras haber entregado a mi taquillera favorita, en envuelto paquetito, el lote de revistas del corazón, porterismo ilustrado publicado, que de buena tinta sé que intercambian y comparten durante las largas sesiones de poco público.

"Para mí se han acabado los bocadillos de chorizo con chocolate", lancé al cambio de conversación en un intento de hacerme el interesante y, de paso, mártir. "Podía estar bueno pero de seguro no era nada bueno; ya tuviste tu momento, así que no te hagas el mártir y aplícate en la dieta mediterránea. Fíjate en el mío: queso con lechuga. Un bocadillo vegetal, natural, que no hace daño. Y la leche de soja, pero de soja de la herboristería que no del súper, que ésa es transgénica", resumió convencidamente. Me temía una relación de elementos ingeribles como alternativa a las pastillas para el colesterol que me han sido recetadas recientemente cuando llegó una joven que abrió una nueva vía de diálogo.

La joven resultó ser una vidente a la que mi taquillera favorita consulta en busca de luz referente. Las dos mantuvieron una animada conversación en torno a los avatares venideros que planean sobre la película que mi amigo guionista tiene ya terminada pero en dique seco por falta de distribuidora que se anime. Interesado, escuchaba lo que comentaban pero consciente de que nada de lo que allí se dijera podía ver la luz, ni verbal personalmente, ni publicado públicamente.

La hora de comienzo pasó a nuestro lado como una exhalación, de modo que la joven ultimó la compra de la entrada y se dirigió hacia el portero. "Ni una palabra de todo esto", le recordé a mi taquillera favorita. "Sí, lo sé", corroboró. "Ojalá no se equivoque", dijo mientras se señalaba el reloj y desde la sala nos llegaba el amortiguado sonido de la cabecera de presentación de la distribuidora, acústica introducción anunciadora del inicio de la película.

La cosa empieza bien pero a base de "taco, retaco, taco" (toda palabra va precedida de puto en sus combinaciones de género y número, y, siempre que se tercie, o sea, cuando el personaje se siente con ganas de decir tres palabras, precedida de jodido en sus variantes y acepciones) y de escenas pasadas de sangre, tiros o golpes, mi interés fue decayendo hasta casi rodar parejo con mi ánimo escaleras abajo.

En esas, mi taquillera subió y aguantó, estoica, el chaparrón. Por pantalla iban desfilando pasados, como si una pasarela de idos fuese. "¡Anda que tres días nos esperan!; a mi estas películas no me gustan", susurró a poco de acabado su bocadillo vegetal naturista. Justo a tiempo antes de que se nos uniera, solidario, el Jefe.

El Jefe duró poco. Alegó que tenía que hacer algo en la cabina y se esfumó. Mi taquillera favorita quiso aprovechar la coyuntura desertora e hizo el amago de levantarse; acción que no pudo completar porque amablemente la retuve en la butaca. "Porque me he dejado las gafas en casa y no puedo leer", alegó bajito aceptando mi propuesta de aguantar en el puesto hasta el final.

Cual vidente preclara, mi taquillera favorita se levantó síncrona con la aparación del liberador 'Fin' y no habían aparecido los primeros créditos cuando ya había desaparecido de la vista. Por mi parte, me quedé anotando las vivencias en la agenda . "El director dedica la película a Sam Peckinpah, Brian de Palma y Walter Hill", apareció en pantalla a modo de despedida de los créditos. 'Caramba', pensé, 'quizá si sólo se hubiese centrado en uno de ellos podría haber hecho una película más consecuente'. Estaba anotando la dedicatoria en la agenda cuando junto con el oscurecimiento de la pantalla por el fin de la cola en la cabina, se apagaron las luces de la sala por el fin de la recogida de butacas en platea; así que tuve que apresurarme en recoger mis pertenencias a ciegas e iniciar el descenso hacia la salida con la siempre a mano luz de la pantalla del móvil.

Iba por el vestíbulo del bar cuando me encontré con el portero que venía en mi busca. "El Jefe ya está para cerrar la puerta de la calle. Hemos terminado tarde porque la película es larga pero hemos acabado pronto porque no había mucho que recoger; como con el ruido que arma no es posible conciliar el sueño, no tiene sentido entregar el globito", me comentó mientras bajábamos el último tramo de escalera. La referencia al globito venía a cuento de un comentario mío de hace años al respecto de entregar un globo a cada aguerrido cliente que entrara en una película tostón para así, caso de que cayera en brazos de morfeo, poder localizarlo en la inmensidad de la sala evitando que se nos quedara descolgado en el local.

Al día siguiente, en el frontón, comentaba la anécdota con mi amigo guionista y le hacía partícipe de la cuestión que en la oscuridad de la sala se me planteó: "Tendrás que aceptar que no te diga lo que comentó la vidente al respecto de tu pacto cinematográfico pero lo que sí te comentaré es la gran duda que se me planteó una vez vista la película... ¿Cómo es que la vidente no vió el rollo que era?". Mi amigo guionista, escuchó en silencio lo que le contaba para, mientras tensaba el protector de esparadrapo de los nudillos, decir certero: "Puede que le guste ese tipo de cine". "Puede", asentí.