sábado, septiembre 16, 2006

Monster house

"Y con una llamada pasé del convencimiento a la asunción, de una perdida llana a una pérdida esdrújula; vamos, que la próxima vez me llevo lo puesto y lo que quepa en un bolso de mano", resumió mi taquillera favorita el desenlace de sus maletas en el barullo, laboral para unos, competencial para otros y criminal para todos quienes allá pilló, de finales de Julio en el aeropuerto: la habían llamado a casa para confirmarle que sus maletas no iban a volver; perdidas no se sabe dónde desde el otro lado del teléfono, pérdidas que saben mal desde éste.
 

El jefe, sabedor del desenlace y en su habitual línea de hilado fino, ha optado por programar una película de animación (a seguir; lo malo pasado, a olvidar) en la que un desvencijado edificio, en el que desde siempre habían desaparecido balones, triciclos y mascotas del barrio, cobra vida y aterroriza a quienes, en un intento recuperar sus desaparecidas pertenencias personales, han osado pisar su césped (a veces la sinopsis de una ficción no puede estar más cercana de la realidad).

Mi taquillera favorita no tardó en subir (no tenía que hacer llamadas telefónicas pues todo su mundo ha vuelto de las vacaciones y se anima con las películas de animación).

Mi taquillera favorita no tardó en abrir los ojos como platos y quedarse, como absorta, mirando la pantalla, siguiendo los realistas gestos de 'Croqueta' y, regularmente, comentando sus ocurrencias, diciendo bajito, como para sí misma, mismitica: "igualico, igualico, que el animalico de Joseíco". "Es que está basada en gestos reales", le susurré sin intención de extenderme en la exposición de la técnica de captura de movimiento aplicada. "No son sólo los gestos, son las situaciones y las reacciones", reafirmó. "Y las acciones", remató al ver el tinglado montado con un aspirador cargado de jarabe de botica.

No quise entrar en más detalles al respecto de su 'igualico, igualico' (indudablemente, derivado de alguna conocencia suya) pero justo llegar el coche de la policía local, el sheriff veterano parecía la reencarnación de nuestro Jesús Gil y Gil... y hay una señora fantasma pintiparada, en toda su plenitud, a Montserrat Caballé.

Si a veces a las historias de película se les añade la coletilla de 'basada en hechos reales, parece que a esta película le corresponde el añadido de 'basada, animada, en gestos reales'. Y teniendo en cuenta lo que me imaginaba, no hace tanto ¡qué caramba!, cuando tenía que atravesar la sala a oscuras ciegas (al dar y quitar la tensión del cuadro eléctrico general) entiendo que debería disponer también de la muletilla de 'inspirada en imaginaciones reales'.

Terminada la sesión, me encontraba en el vestíbulo mirando los carteles de las películas por venir cuando bajó el Jefe. Nos saludamos, y en seguida me comentó: "¡Qué ocurrencia: hacer una película de miedo para los niños!". Y, acto seguido, raudo, entró a la sala a ultimar el cierre del local. Su comentario me hizo recordar que un amigo, acreditado cronista 'free-lance' para el inminente festival de Sitges, hace unos días me comentaba, al trote deportivo en el renovado camino de la playa de este nuestro lugar en el mundo para el siglo 21, que sus hijos venían organizando con sus primos, impúberes todos, sesiones nocturnas de cine de terror. "¡Qué ocurrencia más terroríficamente ocurrente!", concluí tras haber atado dos cabos temporal y espacialmente sueltos.

Luces apagadas. Los carteles parecen cobrar vida cuando las sombras de los transeúntes que pasan por la acera, al otro lado de las cristaleras, alteran la iluminación reflejada proveniente de las farolas del paseo central de la avenida. Pasos. Se abre la puerta de la sala y aparece mi taquillera favorita. "Está bien pero no la encuentro adecuada para el público infantil", deja ir antes de que le pregunte su parecer al respecto. Pasos. Se abre la puerta de la sala y aparece el Jefe. "No es infantil, es para mayores de 7 años", aduce presto, prontamente, antes de dirigirse, raudo, a verificar los cierres de las puertas de acceso a la calle. Debe haber dado en la diana porque mi taquillera favorita no dice nada más. Yo no me he enterado de la diferencia pero es que no conozco los entresijos que conforman el entramado de la calificación y la recaudación. Mientras el Jefe cierra la puerta por la que hemos salido me pregunto si quizá hay demasiado público entre los 'mayores de 7 años' y cada vez menos en el tramo tildado de 'infantil'. El Jefe comprueba el correcto cierre de la puerta cimbreándola. La vibración se transmite al cartel y la casa parece que quiere empezar a moverse: abandono mi abstracción divagadora y de vuelta a la realidad circundante; el verano aún está aquí y la noche invita a pasear.